viernes, 23 de abril de 2010

Un problema menos, Cuento de Carlos Checo

Carlos M. Checo
Cuando Inés terminó de tender la sábana de ramos en los alambres de la empalizada, sus negros ojos chispearon una luz intensa, tan intensa como la expulsión de una porción de aire que al salir de sus resecos labios anunciaba el fin de la jornada.
Inés bajó la mirada y abrió las manos, como queriendo vencer el dolor que eran presas cada una de las articulaciones de sus dedos y sus uñas deshechas. Fue sólo un instante, ya que Inés no debe detenerse por mucho tiempo y menos para quejas y ñoñerias ; de inmediato coge la batea de la mesa, bota el agua, agarra el jabón que sobró, lo entra en la batea que vuelve a poner sobre la mesa, que lleva al lugar donde la encontró esta mañana.
Enseguida vocifera:¡Juana! ¡Juana, ya terminé! Me voy…
Desde el bohío una voz infantil le responde:
¡Mamá salió pa´donde su tía que le mandó a buscar!
-Por la puerta de la cocina sale una niña , que tan pronto traspasa el umbral de la puerta, se pone la manita izquierda en la frente para cubrirse del sol, al momento que extiende la otra que tenia hecha puño, pegada al pecho.
¡Tenga Inés! Ella dijo que le diera eso y que no se olvide de venir el jueves a planchar.
Inés sólo le dijo: Ta´bien ¡pero dile que no puedo pasar de las tres, que ella sabe de mi compromiso...
Mientras decía esto, se introduce el dinero en el pecho dejando libre las manos para alisarse rápidamente el pelo y apretarse la tira que se le había aflojado.
Saliendo apresuradamente por el portal.
En los treinta minutos de camino, en Inés bullían planes, ideas, recuerdos y emociones, que eran interrumpidos para saludar a uno que otro conocido que se encontraba en el camino.
Una leve alegría inundo de pronto a Inés, ¡Al fin logró reunir el dinero para pagar el alquiler!
Se felicitó a sí misma ¡Al fin¡ Así cuando venga José con su cara dura , no tendré que decirle que me espere un día ma. Le voy a dar su cuarto y no me moletará hata el otro me.
Inés conoce bien a José, el dueño de la cuartería, usa esa situación para acosarla con insinuaciones morbosas y propuestas, que la pobre mujer considera ofensas, ya que siempre piensa: Que si e´que un día se mete en hombre lo hará por amor, no por ventaja o conveniencia. Además en su soltería ve que los hombres que la buscan con pretensiones amorosas, sólo quieren pasar el rato y que tarde o temprano volverá a estar desamparada, por eso no pierde tiempo y trata de ser ella misma su propio soporte. Aunque sea duro, ella lo considera mejor así.
Es una madre soltera agobiada por el trajín de días sin reposo, llenos de jornadas interminables lavando y planchando para el sustento de ella y el de sus tres muchachos. Inés vive sola desde hace cinco años.
Fue un día, al atardecer, Luis llegó borracho con unos amigos.
Ella no estaba…
Al poco rato llegó presurosa, él sin mediar palabras la insultó, la golpeó, la tiró al suelo
¡ Párate coño! Le dijo.
Ordenándole seguidamente: ¡Hame un sancocho rápido que por ahí vienen Quico, Pedro, Juan y Lin y tenemo hambre!
Inés, presa de rabia, dolor, encontró fuerzas de su adentro, se incorporó lentamente y se colocó frente a Luis, lo miró de forma penetrante. Abriendo sus ojos de los cuales no salió una sola lagrima, sino un fuego que quemó la aturdida mente del borracho.
Se mordió los labios, se acercó al hombre y cuando casi le tocaba la cara con su rostro, con voz fuerte le dijo:
¡¡¡ Coño pa´uté, amigo!!!
Aquí no va haber sancocho ni pa´ uté ni pa´ ninguno de su amigo. Ya son las cuatro de la tarde y mi muchachos no má tienen en su barriga unos viveritos y un poquito de arró que conseguí donde mamá.
¡Váyase con su fieta a otra parte.
No va haber fieta en e`ta casa y ma´ hoy precisamente hoy que se murió mi marío y dejó huerfano mi tre hijo.
¡ Se me va ahora mimo, señor Luís!
Un silencio, se adueñó de aquel lugar.
Nadie dijo nada a pesar de que además de Inés y Luís en la pequeña sala junto a la puerta de la cocina estaban Teodora, Luisa, Josefa, Fernanda, Magali, Manuela y Ción.
Mientras por la puerta que da a la calle, habían llegado hacia sólo un instante Quico, Pedro y Juan, guitarras y botellas en manos.
Nadie dijo nada…
Sólo un rato después que el silencio fue interrumpido cuando al salir los hombres, a uno de ellos se le oyó decir: Compadre, ya la mujere no repetan a uno.
Por eso Yo no dejo que Paula vaya a esa maldita reunióne, ahí sólo aprenden a ser malcriá.

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