sábado, 29 de mayo de 2010

El presente artículo fue escrito por Juan Bosch, siendo Presidente Constitucional de la República, con motivo del Día de las Madres. Fue publicado en el periódico El Caribe del 26 de mayo de 1963.

La madre en el drama histórico de la isla

JUAN BOSCH Hoy es Día de las Madres. Lo celebramos el último domingo de mayo y deberíamos hacerlo el primer día de la primavera, cuando la tierra entra en su nueva etapa de fecundidad; cuando el mundo en que vivimos da de sus entrañas todas las fuerzas ocultas que Dios ha puesto en él para que pueda ofrecer al hombre los mejores frutos, las flores más bellas, las mieles más ricas y los cantos más armoniosos de las aves.

En la religión católica de nuestro pueblo, la Madre es María, la virgen de los siete dolores. Y está bien que sea así porque salvo el momento en que ve nacer al hijo y oye su primer grito, cuando la alegría de haber traído al mundo una nueva vida la embriaga como una copa de licor divino, la madre siempre sufre: sufre el dolor físico del alumbramiento y sufre toda la vida el dolor moral del miedo; miedo a que su hijo se le enferme o no sea el hombre bueno que ella espera o no resulte tan inteligente como lo desearía, y sufre cada hora la anticipación de la muerte de su criatura. Con los siete puñales del dolor clavados en su corazón, la madre de Jesús es el símbolo de la madre cristiana, y es por tanto el símbolo de la madre dominicana. ¿Quién ha sufrido más que esta madre dominicana?

Sufrió cuando era india y llegaron los conquistadores españoles y echaron perros bravos al monte para cazar el hijo indio, y cuando tuvo hijo español y lo vio partir a la guerra para salvar el país de los piratas; sufrió cuando ya no era india ni española, sino mestiza y con la llegada de los esclavos, a quienes los amos arreaban a latigazos, comprobó que había razas sometidas y la suya era una de ellas; y sufrió cuando era madre esclava y veía nacer al hijo condenado a la esclavitud, o cuando fue negra libre y tuvo hijo del español y supo que ese hijo no sería bien querido porque nunca sería de la raza pura del padre.

La madre dominicana sufrió cuando los bucaneros se metieron tierra adentro disparando sus arcabuces y tomando presos a los pobladores; sufrió cuando el rey de España ordenó que se dejaran despobladas las ciudades del Oeste y del Norte y ella tuvo que hacer a pie, junto al hijo, los largos caminos hacia la Capital; sufrió cuando sus hijos tuvieron que ir a la guerra para reconquistar la Tortuga y para echar a los franceses hacia el mar y sufrió mucho más cuando llegaron los días de las guerras sociales en Haití y cuando los haitianos entraron en la parte española y pasaron a cuchillo poblaciones enteras en Santiago, en Moca, en Cotuí y en las rutas del Sur.

Cuando los hombres combatían en Palo Hincado, cuando el hombre mataba a los sitiados de la Capital, cuando se luchaba, en fin, para volver a hacer española la colonia que había caído en poder de Francia, fue ella, la madre dominicana, la que vio a los hijos partir hacia las batallas y enflaquecer hasta la muerte en la ciudad sitiada.

Para hacer la Patria, entre 1844 y 1855, ¿quién dio hijos si no ella? ¿Quién quedaba con el corazón atribulado cuando los hombres iban a combatir en Azua o en Santiago? ¿De dónde habían salido los que cayeron en Las Carreras y en Beller si era del vientre de la madre dominicana? ¿y por qué rodaban a chorros las lágrimas cuando al poblado lejano, al campo perdido, llegaba la noticia de la muerte de un combatiente, si no era por las mejillas secas de la madre?

La madre dominicana llevó sobre su alma el peso de la guerra cuando los españoles volvieron al país traídos por Santana y el pueblo se sublevó en Capotillo y comenzó aquella lucha sangrienta contra los que habían sido portadores de la civilización cristiana para sembrarla en nuestro suelo y en esa nueva ocasión eran ocupantes extranjeros de una República que a lo largo de once años había luchado en los valles y las lomas de la frontera y en las aguas del mar para que sus hijos fueran dueños de su patria. Mientras los hombres se mataban en Guanuma, en Puerto Príncipe en el Canal de Paya, en los arenales de la Línea Noroeste, la madre dominicana esperaba en el bohío o en la casa de yaguas del pueblo que le llegara la noticia de que el hijo había caído en la batalla.

Madre adolorida como la nuestra, ninguna; madre con el corazón deshecho por la angustia como la de nuestro pueblo, ninguna. Pues llegó la hora en que la bandera española se fue alejando mar afuera; pero los dominicanos, acostumbrados a matar para defender su República, siguieron matándose entre sí; y se mataban un día y otro, un mes y otro, un año y otro, hasta que el brazo fuerte de Ulises Heureaux impuso la paz; solo que la paz fue la obra del crimen y con el crimen llegó el miedo a sentarse en el umbral de todas las puertas y entonces la madre sufrió de miedo y en cada pisada que resonaba en la noche creía ver llegar a los que iban en busca del hijo para fusilarlo en el cruce de dos caminos o para encerrarlo de por vida en una cárcel pestilente o para llevárselo a la fuerza a servir en los cuarteles.

Madre dominicana, árbol del sufrimiento, ¿quién iba a decirte que del cadáver del tirano, caído a tiros en Moca, iban a salir los infiernos de la guerra civil? Pero salieron, y durante diecisiete años de espanto viste a tu hijo irse a los combates y miles de veces no lo viste y nunca supiste en qué perdido matorral quedó su cuerpo con una vena rota por donde la sangre que tú le diste había salido a chorros llevándose la vida que tú creaste para que fuera útil y hermosa.

Madre adolorida, esta República descansa en la base misma de tu corazón; está nutrida por tu dolor, por el dolor que padeciste cuando la infantería de marina norteamericana se adueñó de esta tierra y se llevó tu hijo a empujones para que no protestara por el atropello que le habían hecho a la patria; está nutrida por tu dolor de siglos, sobre el cual apenas es una luz lejana el recuerdo de algunos días de paz perdidos entre los muchos días de padecimientos.

Tras unos pocos de esos días de paz, cuando la bandera de la cruz hubo flotado en los cielos donde flotó la de las barras y las estrellas, cayó sobre ti el espanto; cayó como una ave de piedra en cuyos ojos fulguraba el crimen; cayó y se posó sobre la República y la cubrió de la costa a la montaña, del mar al río, de la arena al árbol, de la calle al nido. ¿De dónde vino Rafael Leonidas Trujillo, llama oscura, fuego ardiente y sin luz, señor de la maldad? ¿Por qué asesinó a tu hijo en los bosques, por qué lo torturó en La Cuarenta, por qué echó sus despojos al mar, por qué te lo lanzó al exilio? ¿Cómo se explica, madre dominicana, que tu alma pudiera resistir tanto tormento y no estallara? ¿Quién podrá decirnos por qué no se secó tu vientre; debido a qué milagro seguiste dando hijos para que la tiranía los triturara?

Hoy recuerdas con horror los días en que a la hora de la comida tu hijo tardaba y a ti se te encogía el alma pensando si no había caído en manos de los esbirros; las tardes en que rondaban por tu casa caras desconocidas y esa noche el hijo que había salido a pasear con los amigos no volvía a la hora acostumbrada y tú no podías dormir loca de sufrimiento, y temblabas a cada ruido esperando la peor de las noticias.Madre dominicana, ¿cómo pudiste resistir treinta y dos años de crimen? Treinta y dos años es demasiado tiempo para sufrirlos con una lanza clavada en el corazón. En esos treinta y dos años, todas las noches fueron de pavor; y si tú pudiste padecerlos es porque la resistencia de tu alma es infinita.

Ciertos pueblos antiguos construían sus viviendas sobre el cadáver de un niño. Los cimientos de la patria dominicana están hechos sobre el dolor de la madre. No han sido los que han caído en los combates ni los torturados en las prisiones ni los fusilados en la noche ni los echados al exilio los que más han sufrido; ha sido ella, la madre, la que siempre tiene en el pecho una fuente inagotable de ternura y a la vez una llaga de amor que jamás se cierra.

En este día de las madres debemos consagrar una hora a ella; a la madre de todos, a la que cada día pasa por nuestro lado sin que sepamos su nombre; a la que ya murió y a la que aún vive. No pensemos sólo en la nuestra, en la que nos llevó en su entraña y nos cobijó con su amor.

Esa es siempre la más bella aunque sus rasgos sean toscos; la más joven aunque tenga ochenta años y peine canas; la más saludable aunque esté en lecho de enferma; la más alegre aunque el sufrimiento la haya deformado; la siempre viva aunque haya muerto. Pero la otra, la de todos, la madre del sufrimiento dominicano, la madre que dio hijos para que hicieran patria y los dio para las guerras civiles y los dio para restaurar la República y los dio de nuevo para que los caudillos los enviaran a la muerte; la madre dominicana que parió víctimas para la tiranía... ésa es la raíz misma de este pueblo, la fuente de su vida y tal vez la única explicación de su existencia.

Sea para ella nuestra veneración... Pero nuestra preocupación debe ser para la madre pobre; la que en los ranchos de las ciudades y en los bohíos de los campos, a la luz de la jumiadora o de la lámpara, ha estado junto al catre o junto a la barbacoa del hijo enfermo, vigilando con ojos endurecidos por el trasnocho y rogando al Dios de las alturas, con palabras atravesadas por el dolor, la salvación del enfermito.

Nuestros pensamientos son hoy, Día de las Madres, para esa que se levantó atormentada, buscando con ojos sin sentido en los rincones de la vivienda algo con qué hacer comida para sus hijos, los hijos del hambre que ella trajo al mundo con tanto amor como la señora encopetada, pero desdichadamente sin la comodidad de la señora encopetada.

Madre dominicana pobre, fuente del sufrimiento, flor de lágrimas: tus hijos duermen sin sábanas, tus hijos se levantan desnudos y pasarán el día desnudos o vestidos de harapos; tal vez tus hijos no comerán en este Día de las Madres. Pero ten la seguridad de que miles y miles de dominicanos oran y luchan para que en esta tierra que te debe tanto amanezca un día la justicia sentada en la loma más alta y en el bohío más humilde, con las dos manos llenas del pan que te has ganado con tu dolor en todos los años de nuestra historia.

Que el Señor te bendiga en este día, madre dominicana

sábado, 1 de mayo de 2010

Los chimpancés redefinen al ser humano

Los chimpancés redefinen al ser humano

El descubrimiento, hace 50 años, de que esta especie emplea herramientas cambió la percepción antropocéntrica del mundo

MANUEL ANSEDE 29/04/2010 22:12 Actualizado: 30/04/2010 04:40

inglesa de 26 años y melena rubia que desentonaba en la selva de Tanzania como un orangután en una oficina de Londres, observó a un chimpancé adulto esgrimiendo una brizna de hierba para pescartermitas en su guarida de barro. La muchacha se llamaba Jane Goodall y hacía apenas tres años que había pisado África por primera vez, movida por su pasión por la novela Tarzán. Su mentor, el paleoantropólogo Louis Leakey, descubridor del Homo habilis, miró a Goodall y proclamó: "Ahora tenemos que redefinir la palabraherramienta, redefinir el concepto de hombre o aceptar que los chimpancés son humanos".

El antropólogo William McGrew comienza con esta anécdota un artículo sobre la tecnología punta de los chimpancés que se publica hoy en la revista Science. El descubrimiento casual de Goodall, junto a otras observaciones similares realizadas por el español Jordi Sabater Pi en Guinea, cambiaron la percepción del mundo. En un vistazo de apenas un minuto a un simio, el pensamiento cristiano que otorgaba en exclusiva el don de la inteligencia al hombre se desplomó. Los chimpancés empleaban herramientas y, como se supo después, también las fabricaban y enseñaban su manejo a otros individuos. Los monos tenían cultura. La escena del primate aprendiendo a emplear un hueso como herramienta, al compás de Así habló Zarathustra, que pintó Stanley Kubrick como origen del hombre en 2001: Odisea del espacio, dejó de tener sentido cuando los trabajos de Goodall se popularizaron. Aquellos mandobles con el hueso no definían al ser humano. Los chimpancés también empleaban útiles. La esencia del hombre debía estar en otra parte.

Cada grupo emplea un kit de hasta 20 herramientas diferentes

"La afirmación de Leakey es una falsa tricotomía. Las herramientas todavía son herramientas, los humanos son todavía humanos y los chimpancés son todavía chimpancés. Sin embargo, ahora nos damos cuenta de que la distancia entre lo que es humano y lo que no es mucho más pequeña de lo que pensábamos", explica McGrew a Público.

El antropólogo, de la Universidad de Cambridge, dibuja en su artículo una especie tecnificada, que usa herramientas para casi todo, según se ha descubierto en los últimos 50 años. Las utilizan para obtener alimentos, como cuando pescan hormigas. O para comer, como cuando usan un martillo de madera y un yunque de piedra para partir nueces. Incluso para conseguir sexo. Algunos machos tensan una hoja entre sus dientes y su mano y con la otra hacen que vibre. Esta música de la selva atrae a las hembras en celo.

Tenedor y palillos

Los machos interpretan música con hojas para atraer hembras

El caso de los chimpancés es único. Ni los bonobos, también conocidos como chimpancés pigmeos, ni los gorilas exhiben esta capacidad tecnológica en libertad. En cambio, cada grupo de chimpancés utiliza unos 20 tipos de herramientas distintas. Y este kit cambia de una selva a otra, por el mismo motivo que un español come el arroz con tenedor y un chino, con palillos.

McGrew cree que esta capacidad para fabricar y utilizar un amplio abanico de herramientas complejas, exclusiva de los chimpancés y los humanos, es "impresionante". Recientemente, los científicos han observado simios que entretejen hojas y ramas para hacerse una cama, con somier y colchón. Incluso con almohada. Y a comienzos de esta semana, dos estudios diferentes mostraron un comportamiento conmovedor en dos grupos de chimpancés tras la muerte de varios individuos. Si hubieran sido humanos, hubiera sido fácil definirlo: duelo, luto.

En uno de los casos, un grupo de psicólogos de la Universidad de Stirling, en Escocia, observó un velatorio tras la muerte de una vieja hembra criada en un parque. Sus congéneres la acicalaron antes de morir y su hija permaneció con el cadáver toda la noche. En el otro caso, científicos de la Universidad de Oxford siguieron por las selvas de Bossou, en Guinea, a un grupo de chimpancés que acababa de perder a dos crías. Las madres transportaron y cuidaron a los cadáveres durante semanas. La coincidencia del ADN de chimpancés y humanos, superior al 90%, no es en balde: los primeros perciben la muerte de manera similar a los segundos. Ahora resta encontrar qué hay en ese ADN restante que nos hace humanos. "En mi opinión, la diferencia más importante entre humanos y no humanos es la posesión de un lenguaje completo", apunta McGrew.

Un grupo de un zoo organizó' un velatorio tras una muerte

El director del Centro de investigación en primates de la Universidad de Barcelona, Joaquim Veà, va más allá y apunta al "dominio del fuego" como rasgo distintivo del ser humano, entendido éste no como un urbanita de hoy, sino como la esencia del Homo sapiens desde que pisó por primera vez el planeta. "El resto de características, como el arte o la religión, son muy recientes", señala Veà.

Hoy es casi imposible diferenciar una herramienta de un chimpancé y la de un ancestro humano. Y algunos expertos creen que, con el paso de los milenios, su tecnología seguiría evolucionando, haciéndose más humana, casi como en El planeta de los simios. Pero Veà es más escéptico: "Dentro de unos milenios no habrá chimpancés". Sólo quedan unos 200.000, amenazados por el ébola y los cazadores furtivos