lunes, 3 de enero de 2011

La Vieja Belén: La Dulce Hada de los niños pobres:

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Para que rescatemos a la Vieja Belén   



Listín Diario | Opinión | Miércoles 10 de enero del 2007
POR MARCIO VELOZ MAGGIOLO
 
Cuando yo era un niño, la esperanza de la Navidad estaba centrada no tanto en los Reyes Magos como en La Vieja Belén. Un barrio de pobres se acomoda a la razón de la miseria. Los Reyes Magos desfilaban montados en sus caballos, y recorrían las calles del sur de Villa Francisca, de la avenida Mella hacia Ciudad Nueva. En vez de ser visitados por ellos, teníamos que hacerlo nosotros, porque estos magos de marras jamás traspasaron la frontera de la avenida Mella norte. Ya, desde entonces, fuimos abandonados por la tradición.
Padres con deseos de que sus hijos llegaran lo más rápido posible al sur de la ciudad, se apresuraban para que sus pequeños presenciaran el extraño mundo inventado por los bomberos de entonces, y todavía vigente. Las imágenes que regalaban de alguna manera eran la de los seres que nos visitarían en la noche del 5 de enero. Cuando el juguete caro del sur de la avenida Mella hacía su aparición, el artefacto pobre, generalmente, estaba presente de manera tímida en las casas de los depauperados. En los países subdesarrollados, la miseria se da a la inversa, mientras que el sur es rico, el norte es pobre.
Los que teníamos la suerte de que uno de los reyes se equivocara y nos negara un par de patines, o una pistola de agua, comprendíamos que los magos no eran tan justos. El argumento era entonces una excusa banal: la Vieja Belén vendría el domingo siguiente con una partida de juguetes para los que se habían quedado sin el gozo de compartir en el momento necesario, preciso, la alegría del Día de Reyes.
En las casas con frente de calle era más común ver a los muchachos con juguetes importados. En las de los patios y en las llamadas “cuarterías”, los simples juguetes de madera, las muñecas del Mercado Modelo, y las pobres colecciones de “jacks”, con pelotitas de goma y fichas erizadas de plomo o de hierro colado, encantaban a las niñas. Las pelotas con una suerte de goma o elástico montado sobre una raqueta rústica, eran un regalo de pobres, lo mismo que los trompos de madera a los que todos éramos aficionados, porque era posible transformarlos en objetos para el juego bélico de infancia, reforzándolos con puntillas de zapatero que les daban un aspecto metálico, y cambiándoles la punta roma para implantarle una nueva hecha con un clavo a la vez reformado y transformado en el objeto clave para que alcanzara las características de objeto capaz de bailar en la palma de la mano, de quedar “seíta” o sedita, útil en el juego colectivo.
La Vieja Belén nunca fue representada en un desfile. Desde el mismo día de la Navidad el propio Niño Jesús, cooperando con su propio nacimiento, repartía juguetes. En Santiago era tradicional y lo es aún. Pero en Villa Francisca los reyes y la posterior Vieja Belén llevaban la delantera en eso de presentarse con la carga al hombro. La pobreza de la Vieja era tal que no exigía nada. En esto su humildad era muy superior a la de los reyes magos, los cuales pedían o exigían tabaco, algún ron escondido, o quien sabe qué regalo envuelto en las satisfacciones de la dieta navideña. La Vieja Belén venía, silenciosa, y aunque su carga fuera humilde, era un signo de la esperanza anónima. Su llegada era misteriosa, mística, no tenía camellos, ni trineos, ni caballos nocturnos.
Cuando se hablaba de la Vieja Belén se hablaba de la triste condición de la pobreza. Los que no alcanzaron el regalo de los reyes esperaban ansiosos a la Vieja. Era cuestión de honor. “A mí me pone siempre La Vieja Belén”, se escuchaba decir. Mientras tanto los favorecidos por los Reyes Magos hacían gala de sus juguetes, y en ocasiones se oponían a que los menos favorecidos pudieran usarlos.
El ego infantil, tan terrible como el adulto, se levantaba dando paso, sin saberlo, a la condición de clase. Por fin, el domingo siguiente a la llegada de los Reyes Magos, hacía presencia la invisible Vieja Belén, sin imagen, sin que nadie supiera en realidad cómo era, aunque sin dudas, adoraba de algún modo al niño, castigaba en ocasiones sin dejar regalos a nadie, y lo más triste, a pesar de su gran sentido de la justicia, era ella sola contra los Reyes Magos, los que poseían recursos enormes, mientras que la Vieja apenas podía traer regalitos simples.
Cuando en casa hubo una crisis económica sin igual, allá por los años cuarenta, mi padre me avisó que ese año me pondría la Vieja Belén. Salí a la calle el Día de Reyes, y pude compartir con algunos de los muchachos del barrio. Por suerte a algunos les regalaron bates, pelotas, guantes, y eso permitía que pudiéramos participar colectivamente aunque no tuviéramos juguetes.
A la Vieja Belén no se le pide nada, ella es quien decide. No se le escriben cartas, pues no sabe leer. No se le coloca hierba debajo de la cama, pues no hay rumiantes en su visita. Ese domingo del año 1943 encontré debajo de mi cama un Nuevo Testamento, y una pistola de madera, mal hecha, pintada con pintura Sapolín, y entendí que la Vieja Belén estuvo en la avenida Mella, en casa de Chicho el carpintero, quien fabricaba estos juguetes y los vendía en un zaguán de una vivienda cercana a la calle José Trujillo Valdez de entonces. El Nuevo Testamento había sido propiedad de mi abuela, y no podía esconder su procedencia.
Rompí en lágrimas. Mi padre tuvo que explicarme que a mi edad no existían ya ni reyes ni viejas. La inocencia rota asomaba en sonidos de llanto angustioso. “No puedes decirle a tus amigos que esas cosas son de la imaginación, son bonitas pero terminan un día”. Mi ingenuidad había llegado lejos en una sociedad casi pre- capitalista en la que todavía existían los duendes, las hadas, y los gnomos, y las sombras de los muertos trasegando carcajadas en los callejones del barrio.
Largos años luego, viviendo en Italia, conocí a la Vieja Belén. Me di cuenta de que la tradición italiana del siglo XIX la había traído a nuestro país y de que aquello era uno de los aportes más bellos de Italia a Santo Domingo. Investigué el fenómeno leyendo y mirando. Escribí sobre el origen de esta bella leyenda. Tuve la dicha de que uno de mis trabajos sobre La Vieja Belén fuera reproducido por monseñor Rafael Bello Peguero y repartido entre sus feligreses en épocas navideñas.
Mis deseos, dada la extinción o casi extinción de esta tradición, son los que podamos declarar el domingo siguiente a cada seis de enero, como “el Día de la Vieja Belén”; que los ayuntamientos y comerciantes que viven del juguete, lo rescaten, y que cada domingo posterior a reyes, la Vieja vuelva, y que podamos un día contemplar su estatua, representada por aquella bruja medieval italiana que todavía recorre los pueblos de la península con un saco al hombro en el que lleva juguetes y carbón.
Juguetes para los buenos, y carbón para aquellos niños que no pasaron el examen porque olvidaron que el bien y el mal, muchas veces andan de manos y que se necesita del buen comportamiento, para desechar lo que en la vida es negativo para la sociedad.

1 comentario:

  1. Esa era la verdadera inocencia y alegría de los niños y la "modernidad" acabó con todas esas ilusiones.

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