La Resurrección
Es la anticipación de la esperanza radical de que no la muerte sino la vida en plenitud escribe la última página de la historia humana y universal.
La explosión de luz se transforma en explosión de alegría. Contra la experiencia cotidiana de la mortalidad Para los portadores de la fe cristina, la resurrección es la realización en la persona de Jesús de lo que él anunciaba: el Reino de Dios. Este significa una revolución absoluta de todas las relaciones, inclusive cósmicas, inaugurando lo nuevo en el mundo. Esa revolución implica la superación de la muerte y el triunfo definitivo de la vida, no de cualquier tipo de vida, sino de una vida totalmente plenificada
Por otro lado, la resurrección representa una insurrección contra la justicia de los hombres, judíos y romanos, por la cual Jesús fue condenado al suplicio de la cruz. Esa justicia establecida y legal fue rechazada.
Con la resurrección de Jesús triunfó la justicia del oprimido e injusticiado, venció el derecho del pobre.
Cabe recordar que quien resucitó no fue un emperador con todo su poder político y militar, no fue un sumo sacerdote en la cima de su santidad, ni un sabio con la irradiación de su sabiduría.
Fue un crucificado, un ajusticiado, muerto fuera de los muros de la ciudad, lo que significaba una suprema humillación.
Finalmente, cabe destacar que la resurrección es un proceso: comenzó con Jesús y se extiende por la humanidad y por la historia.
Siempre que triunfa la justicia sobre las políticas de dominación, siempre que el amor supera la indiferencia, siempre que la solidaridad salva vidas en peligro, como ahora, obligados al aislamiento social, ahí está ocurriendo la resurrección, es decir, la inauguración de aquello que tiene futuro y será perennizado para siempre.
Es más que el triunfo de la vida; es la plena realización de la vida en todas sus virtualidades
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